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Corría el año 1961, se cumplen cincuenta años. Año caluroso en San Ramón de Bealo. Había carros de labranza de Dodro, Rianxo, Lousame, Noia, A Pobra, Porto do Son... En la carballeira y en las orillas del río Beluso a la sombra de los toldos, la gente comía conejo con tomate y empanadas como ruedas de carro, abría sandías y bebía vino de la nueva cosecha. Los niños lloraban o lanzaban gritos de felicidad que se confundían con la claridad del firmamento hasta hacerse de su misma naturaleza. Mujeres y jóvenes vestidos con el traje típico gallego no cesaban de hablar excitados a pleno sol de las tres de la tarde con las pantorrillas quemadas.
También se desarrollaban largos silencios. Muchos dormían la siesta. Había algunos caballos dentro del río Beluso con los ijares llenos de espuma. Aquellos labradores de Lousame y Outes con sombreros de paja conocidos como sancosmeiros, la camisa blanca manchada de vino tinto y los pantalones arremangados refrescaban a las caballerías con cubos de agua, y algunas relinchaban entre las muchachas que tomaban el baño en enaguas.
Dormidos en medio de la carballeira, se oían los pasodobles de los transistores traídos por los emigrantes franceses, suizos y alemanes mientras el fragor de la resaca junto a los párpados traspasados por la luz del sol iba hundiendo a los romeros en la penumbra hasta desaparecer en la oscuridad del inconsciente. Y al final del sueño, aún permanecías dormido entre el sopor y el alcohol. Al despertar de la siesta el sol ya se había ido y entonces sentías un escalofrío de dicha junto a la médula, en el lugar donde habías caído derrotado esa aquella tarde de verano de 1961.
Por la noche, en el palco de la música el célebre Chiclán nos deleitó con su rítmica batuta. Este es, poco más o menos, mi primer recuerdo de la romería de San Ramón de Bealo de hace cincuenta años. Entonces no había mesas, hoy, la gente reserva sitio con un mes de antelación.
También se desarrollaban largos silencios. Muchos dormían la siesta. Había algunos caballos dentro del río Beluso con los ijares llenos de espuma. Aquellos labradores de Lousame y Outes con sombreros de paja conocidos como sancosmeiros, la camisa blanca manchada de vino tinto y los pantalones arremangados refrescaban a las caballerías con cubos de agua, y algunas relinchaban entre las muchachas que tomaban el baño en enaguas.
Dormidos en medio de la carballeira, se oían los pasodobles de los transistores traídos por los emigrantes franceses, suizos y alemanes mientras el fragor de la resaca junto a los párpados traspasados por la luz del sol iba hundiendo a los romeros en la penumbra hasta desaparecer en la oscuridad del inconsciente. Y al final del sueño, aún permanecías dormido entre el sopor y el alcohol. Al despertar de la siesta el sol ya se había ido y entonces sentías un escalofrío de dicha junto a la médula, en el lugar donde habías caído derrotado esa aquella tarde de verano de 1961.
Por la noche, en el palco de la música el célebre Chiclán nos deleitó con su rítmica batuta. Este es, poco más o menos, mi primer recuerdo de la romería de San Ramón de Bealo de hace cincuenta años. Entonces no había mesas, hoy, la gente reserva sitio con un mes de antelación.
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