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No hace falta ser sabio ni adivino para concluir que el gran problema que nos aguarda es el hambre. La población, unida al desastre medioambiental y a la precariedad de los recursos energéticos, principalmente el agua, dan como resultado la crisis mundial de la nutrición humana en los próximos decenios.
Sin equilibrio ambiental, no hay agua; si no hay agua, no hay pan; y si no hay pan, hambre asegurada. Los primeros signos de la debacle son la desertización, las crisis de la producción de cereales, las guerras del agua y la subida de los precios de los alimentos, que aqueja ya a todos los continentes. Antes que los problemas de la salud, la paz y la educación, el que cabe tomarse más en serio es el de la nutrición.
La historia de la humanidad es la epopeya del hambre: cómo ella ha diezmado la especie y cómo esta ha sobrevivido pese a todo. No hay novela que no recoja un episodio de hambre. Tener hambre es natural, pero pasar hambre es inhumano. El hambre es el tema consabido de la gran literatura y los grandes mensajes de la humanidad. Qué bien lo resume Vivien Leigh alcanzando el puño en el crepúsculo: «A Dios pongo por testigo: Juro que jamás volveré a pasar hambre». Uno ha oído historias parecidas, de cuando durante la Guerra Civil la gente se comía a los gatos o los niños se tumbaban a dormir de día para aplacar el hambre. En Rianxo y Noia les salvaron las sardinas y los berberechos, hoy artículos de lujo.
Y así hemos vivido, vencida el hambre hasta que ahora asoma su espectro en el corazón de los más pobres. Una de las primeras firmas farmacéuticas del mundo, con sede en Alemania, ya está perfilando el futuro de su negocio en función del hambre que se otea en el horizonte. Dicen que lo que mueve el mundo es el dinero; otros, que el sexo; y yo, que las emociones. Pero una y otra vez, nos damos de bruces con lo elemental: lo que nos mueve es saciar el hambre.
En Galicia existe el apellido Pan, nada famélico, que el origen del conocimiento humano es el afán de darse alimento. Se impone tomarse en serio esta amenaza.
Sin equilibrio ambiental, no hay agua; si no hay agua, no hay pan; y si no hay pan, hambre asegurada. Los primeros signos de la debacle son la desertización, las crisis de la producción de cereales, las guerras del agua y la subida de los precios de los alimentos, que aqueja ya a todos los continentes. Antes que los problemas de la salud, la paz y la educación, el que cabe tomarse más en serio es el de la nutrición.
La historia de la humanidad es la epopeya del hambre: cómo ella ha diezmado la especie y cómo esta ha sobrevivido pese a todo. No hay novela que no recoja un episodio de hambre. Tener hambre es natural, pero pasar hambre es inhumano. El hambre es el tema consabido de la gran literatura y los grandes mensajes de la humanidad. Qué bien lo resume Vivien Leigh alcanzando el puño en el crepúsculo: «A Dios pongo por testigo: Juro que jamás volveré a pasar hambre». Uno ha oído historias parecidas, de cuando durante la Guerra Civil la gente se comía a los gatos o los niños se tumbaban a dormir de día para aplacar el hambre. En Rianxo y Noia les salvaron las sardinas y los berberechos, hoy artículos de lujo.
Y así hemos vivido, vencida el hambre hasta que ahora asoma su espectro en el corazón de los más pobres. Una de las primeras firmas farmacéuticas del mundo, con sede en Alemania, ya está perfilando el futuro de su negocio en función del hambre que se otea en el horizonte. Dicen que lo que mueve el mundo es el dinero; otros, que el sexo; y yo, que las emociones. Pero una y otra vez, nos damos de bruces con lo elemental: lo que nos mueve es saciar el hambre.
En Galicia existe el apellido Pan, nada famélico, que el origen del conocimiento humano es el afán de darse alimento. Se impone tomarse en serio esta amenaza.
Un más que interesante articulo que esperemos nos haga reaccionar mientras estamos a tiempo.
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