:logo-lvg: | Barbanza
Creo que no es la primera vez que hablo aquí del asunto. El pregón que anuncia la fiesta adolece, cada vez con más frecuencia, de taras que se están instalando peligrosamente en nuestros concellos. Sangro por la herida porque fui pregonero por dos veces, una en Noia, mi pueblo, y otra en Porto do Son, villa a la que me une mucho más que mi propia vida. Acepté el encargo porque muchos de mis hechos sobre la tierra, tienen y tuvieron mucho que ver con sus calles y sus gentes.
Defiendo que el pregón debe ser librado a los vientos por gentes propias de la localidad que se encuentra en fiestas o por aquellas otras que, por las razones que sean, tengan parte de su vida incardinada en ella. La moda de traer al balcón municipal a personajes conocidos a través de la televisión u otros medios conlleva frecuentemente una deriva sucia hacia lo cañí y lo chabacano.
Sin restarle mérito alguno a su faceta artística, las palabras que el actor Ricardo Arroyo dejó flotando en la penumbra de A Pobra do Caramiñal ofenden por su fatuidad, su ignorancia y su atentado al humor inteligente. Allí dejó dicho Arroyo que conocía la fiesta del Nazareno: «Por un reportaje que hace algún tiempo vi en la televisión y que despertó más atención en mí que un partido de la liga turca». Este insulto a la inteligencia, al parecer, logró una cerrada ovación.
También se refirió el pregonero contratado para las fiestas del Nazareno al marisco y a un amigo con quien lo comparte, el cual, según señaló, «es mayorista, no un limpiapescado». Así que bien se ve que la lucha de clases continúa activa y que los de arriba son los de siempre y los demás el resto.
El lamentable señor Arroyo, a quien yo conocía por haber trabajado con gente tan seria como Chávarri o Fesser y no por las series de la pequeña pantalla, remató su pregón acudiendo al esperpento que con tanto arte logró Berlanga apoyándose en actores tan grandes como Isbert o Morán: «¡Viva el alcalde que me ha invitado!». Lo dicho, una intervención lamentable.
Defiendo que el pregón debe ser librado a los vientos por gentes propias de la localidad que se encuentra en fiestas o por aquellas otras que, por las razones que sean, tengan parte de su vida incardinada en ella. La moda de traer al balcón municipal a personajes conocidos a través de la televisión u otros medios conlleva frecuentemente una deriva sucia hacia lo cañí y lo chabacano.
Sin restarle mérito alguno a su faceta artística, las palabras que el actor Ricardo Arroyo dejó flotando en la penumbra de A Pobra do Caramiñal ofenden por su fatuidad, su ignorancia y su atentado al humor inteligente. Allí dejó dicho Arroyo que conocía la fiesta del Nazareno: «Por un reportaje que hace algún tiempo vi en la televisión y que despertó más atención en mí que un partido de la liga turca». Este insulto a la inteligencia, al parecer, logró una cerrada ovación.
También se refirió el pregonero contratado para las fiestas del Nazareno al marisco y a un amigo con quien lo comparte, el cual, según señaló, «es mayorista, no un limpiapescado». Así que bien se ve que la lucha de clases continúa activa y que los de arriba son los de siempre y los demás el resto.
El lamentable señor Arroyo, a quien yo conocía por haber trabajado con gente tan seria como Chávarri o Fesser y no por las series de la pequeña pantalla, remató su pregón acudiendo al esperpento que con tanto arte logró Berlanga apoyándose en actores tan grandes como Isbert o Morán: «¡Viva el alcalde que me ha invitado!». Lo dicho, una intervención lamentable.
0 comentarios:
Publicar un comentario