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Los 118 kilos de «oro negro» de las rocas confiscados a unos furtivos en O Son se donaron al asilo noiés; los recibieron con alegría y retranca
Hay historias que enseñan que, de lo malo, siempre surge algo bueno. Y la sucedida ayer en el asilo de Noia es de esas. Resulta que los percebeiros de Porto do Son se llevaron un disgusto anteayer, porque tuvieron que andar monte a través detrás de nueve mariscadores furtivos, a los que le confiscaron nada menos que 118 kilos de percebe. Resulta también que ese marisco no es como la almeja o el berberecho, que se puede devolver al mar. El percebe, una vez arrancado de las rocas, ha de comerse o tirarse. Así que la Guardia Civil, que participó en el operativo para identificar a los furtivos, entregó el marisco al asilo de Noia. Ayer al mediodía, el oro negro de las rocas sonenses lucía hermoso en las mesas de la residencia. Se recibió con bastante alegría. Y con mucha, mucha, retranca gallega.
Sobre la una, las residentes empezaron a desfilar hacia el comedor. El asilo noiés, propiedad de la Fundación Blanco Monroy, antes gestionado por monjas y ahora por seglares, es solo para mujeres. Ahí viven 45 mayores, que poco a poco fueron ocupando sitio alrededor del mantel. Esperaban toparse con unas lentejas a las que su olor delataba. Pero, ¡sorpresa!, en la mesa aparecieron percebes. Al principio, no hubo alegría desbordante, sobre todo porque había hambre y eso de tener que pelar tanto no convencía: «Si, gústanme, si», decía Luisa sin demasiado entusiasmo. Pero al preguntarles si realmente estaban buenos o no, las mujeres, casi todas entradas en años, tiraron de esa sabiduría que dan las canas y el haber pasado más de una. Con unas u otras palabras, todas acabaron pronunciando frases como la de Josefa Saíñas, de Outes, que pelaba percebes como pipas y sentenciaba: «Ai muller, ¿e como non me van gustar os percebes, claro que me gustan, ademais, quen non quere percebes coa fame que hai no mundo?».
Josefa, como Asunción, Carmen o María, no solo disfrutaron de los percebes. También se ocuparon de limpiarlos, clasificarlos, pelarlos, congelar algunos... Porque en el asilo noiés, donde uno se siente en casa a los pocos minutos de cruzar el portal, hay «abuelas», como les llama el personal, que están el pie del cañón día tras día. Unas se meten en la cocina y se ponen a pelar patatas o lo que toque; otras ayudan en la lavandería... Y, ayer, con semejante donativo, les tocó limpieza de marisco. Incluso lo pelaron para las residentes dependientes.
La más entusiasta
En el momento de comer, todo el mundo quería que se preguntase a Rafaela, genio y figura de residente. «Que fale ela, que fale ela, que lle encantan», decían. Y Rafaela habló: «¿Y cómo no me va a gustar este manjar?», dijo. Y, luego, empezó a cantar «moreno tiene que ser el hombre que me lleve». Rafaela, como los percebes, estaba estupenda.