:lvg: | 18/9/2010
La energía eólica está basada en aerogeneradores o turbinas de viento cada vez más grandes, que se encuentran agrupados en los llamados parques, granjas o centrales eólicas. En el lenguaje más común llamamos a estos artefactos molinos, o molinillos y a los parques el chollo de las colinas.
En el fondo, cada uno de nosotros somos propietarios de un trocito de molino, o de lo que produce, sencillamente porque el aire y los recursos naturales son de propiedad pública, es decir, de todos, y por tanto una parte de sus rentas deben repercutir sobre todos los ciudadanos, no solo en las empresas explotadoras. Esto suele cumplirse de varias formas, desde el llamado cheque eólico, que consiste en el pago directo de una cuantía a los ciudadanos de un lugar, hasta un canon autonómico y local, a veces de difícil localización.
Aunque yo todavía no tengo mi trocito de molino, me reconforta saber que cada vez que veo la sierra de Barbanza llena de turbinas, un poco del viento que sopla trabaja para mí.
Los detractores de los parques eólicos en los países más desarrollados, como el nuestro, suelen argumentar que contaminan el paisaje, son ruidosos y poseen una producción insuficiente para cubrir las necesidades energéticas. Aunque tampoco es para emular a Don Quijote cuando dice «la ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear, porque ves allí, amigo Sancho, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer: que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra».
En España, este tipo de energía aporta el 11% del consumo de electricidad, y los expertos creen que se agota su potencial. Ni siquiera saturando el mapa eólico de España con turboventiladores gigantes, uno cada cuatro kilómetros cuadrados, tendríamos energía suficiente para el 30% del consumo y su coste sería inalcanzable. La energía fotovoltaica también tiene sus límites de producción y rentabilidad a pesar de las enormes reservas solares de España.
Por todo esto, la mayoría de los países europeos están retomando la senda de la energía nuclear. España, a pesar de que su déficit energético es de los más preocupantes de toda la Unión Europea, sigue cerrada a la opción nuclear porque hasta el presidente Zapatero es un activo militante antinuclear, entre otras muchas facetas que no vienen al caso.
Recientemente, países como Egipto, Marruecos, Túnez, Jordania y hasta Argelia, dueña de enormes reservas de gas, han cambiado su política y optado por las centrales nucleares. La construcción de siete u ocho centrales atómicas modernas, del tipo de las que se están construyendo en Finlandia y Francia, sería la solución más económica y rentable de la política energética española. Garantizarían más del 60% del consumo nacional sin tener que quemar combustibles fósiles contaminantes de la atmósfera, reduciendo la factura petrolera y anticipándonos a precios de 150 dólares el barril, que vienen curvas.
Que las centrales atómicas tienen riesgos e inconvenientes es obvio. Pero aquello de Chernóbil ya pasó hace mucho tiempo, y más que una central nuclear parecía un engendro soviético defensivo de la guerra fría. A pesar de la gran seguridad de las centrales modernas, en esta materia, incluido el protocolo de Kioto, nadie quiere debatir sobre la energía nuclear. Hay demasiados intereses económicos en juego ¡Quieto Sancho, con las eléctricas hemos topado!.
Qué quieren que les diga, de niño soñaba con un coche atómico que hiciese a la vez de automóvil y de avión. Hoy sueño con mi trocito de molino y con una mesa redonda en la que Zapatero, los populares, sociatas, ecologistas y otros invitados se decidan a hablar sobre el futuro energético de este país. Porque, industrias aparte, en invierno hace frío, en verano calor y el número de electrodomésticos, luces, farolas, videoconsolas, ordenadores y demás inventos es cada vez es mayor.
En el fondo, cada uno de nosotros somos propietarios de un trocito de molino, o de lo que produce, sencillamente porque el aire y los recursos naturales son de propiedad pública, es decir, de todos, y por tanto una parte de sus rentas deben repercutir sobre todos los ciudadanos, no solo en las empresas explotadoras. Esto suele cumplirse de varias formas, desde el llamado cheque eólico, que consiste en el pago directo de una cuantía a los ciudadanos de un lugar, hasta un canon autonómico y local, a veces de difícil localización.
Aunque yo todavía no tengo mi trocito de molino, me reconforta saber que cada vez que veo la sierra de Barbanza llena de turbinas, un poco del viento que sopla trabaja para mí.
Los detractores de los parques eólicos en los países más desarrollados, como el nuestro, suelen argumentar que contaminan el paisaje, son ruidosos y poseen una producción insuficiente para cubrir las necesidades energéticas. Aunque tampoco es para emular a Don Quijote cuando dice «la ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear, porque ves allí, amigo Sancho, donde se descubren treinta, o pocos más, desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer: que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra».
En España, este tipo de energía aporta el 11% del consumo de electricidad, y los expertos creen que se agota su potencial. Ni siquiera saturando el mapa eólico de España con turboventiladores gigantes, uno cada cuatro kilómetros cuadrados, tendríamos energía suficiente para el 30% del consumo y su coste sería inalcanzable. La energía fotovoltaica también tiene sus límites de producción y rentabilidad a pesar de las enormes reservas solares de España.
Por todo esto, la mayoría de los países europeos están retomando la senda de la energía nuclear. España, a pesar de que su déficit energético es de los más preocupantes de toda la Unión Europea, sigue cerrada a la opción nuclear porque hasta el presidente Zapatero es un activo militante antinuclear, entre otras muchas facetas que no vienen al caso.
Recientemente, países como Egipto, Marruecos, Túnez, Jordania y hasta Argelia, dueña de enormes reservas de gas, han cambiado su política y optado por las centrales nucleares. La construcción de siete u ocho centrales atómicas modernas, del tipo de las que se están construyendo en Finlandia y Francia, sería la solución más económica y rentable de la política energética española. Garantizarían más del 60% del consumo nacional sin tener que quemar combustibles fósiles contaminantes de la atmósfera, reduciendo la factura petrolera y anticipándonos a precios de 150 dólares el barril, que vienen curvas.
Que las centrales atómicas tienen riesgos e inconvenientes es obvio. Pero aquello de Chernóbil ya pasó hace mucho tiempo, y más que una central nuclear parecía un engendro soviético defensivo de la guerra fría. A pesar de la gran seguridad de las centrales modernas, en esta materia, incluido el protocolo de Kioto, nadie quiere debatir sobre la energía nuclear. Hay demasiados intereses económicos en juego ¡Quieto Sancho, con las eléctricas hemos topado!.
Qué quieren que les diga, de niño soñaba con un coche atómico que hiciese a la vez de automóvil y de avión. Hoy sueño con mi trocito de molino y con una mesa redonda en la que Zapatero, los populares, sociatas, ecologistas y otros invitados se decidan a hablar sobre el futuro energético de este país. Porque, industrias aparte, en invierno hace frío, en verano calor y el número de electrodomésticos, luces, farolas, videoconsolas, ordenadores y demás inventos es cada vez es mayor.
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