:lvg: | 27/3/2011
Uno cree en la inteligencia humana, en que el ciudadano no es tonto; que se deja llevar, sí, pero hasta cierto punto, y ese punto suele ser el límite de la estulticia, por eso me resisto a admitir que la avalancha de inauguraciones con las que nos suelen alegrar la vida cuando se acercan unas elecciones valga para decidir el voto. Si acaso, esos actos pueden ser efectivos para la autocomplacencia del político de turno y de sus seguidores, pero dudo mucho que consigan arañar los apoyos decisivos para alcanzar el objetivo, que no es otro que el poder, el bastón de mando.
Cuando se inaugura una obra o un servicio con unas elecciones a la vuelta de la esquina, el cargo público que lo hace se arriesga a transmitir al ciudadano un mensaje contrario al que pretende, ya que el potencial votante puede entender que le han sido usurpados días, semanas o meses de disfrute de lo que se abre al público -en el mejor de los casos, porque hay quién inaugura y cierra- por obra y gracia de vender la moto. Es cierto que, por lo general, la gente tiende a olvidar los sinsabores cuando estos acaban cobijados bajo el falso paraguas del estreno, y digo falso porque se estrena lo nuevo, no aquello por lo que ha pasado un tiempo precioso para su disfrute.
Pues bien, hoy mismo es el penúltimo día para poder inaugurar a bombo y platillo, por lo que, todo aquello que no haya pasado por el protocolario corte de cinta o descubrimiento de placa, no podrá ser abierto al público previa bendición política, lo que tampoco quiere decir que no pueda ponerse a disposición del ciudadano, y llegados a este punto uno aún cree en el sentido común de quienes nos representan y está convencido de que nada quedará cerrado u olvidado por el simple hecho de no haber podido tenerlo a tiempo para gloria del gobierno de turno.
Eligiendo alcaldes 32 años
Las primeras elecciones municipales se celebraron en 1979. Quiere esto decir que el próximo 22 de mayo, los ciudadanos acudiremos a las urnas por novena vez para designar a nuestros representantes públicos más próximos. Cuando llegue la citada fecha habrán transcurrido 32 años, tiempo que aplicado a una persona sitúa a esta en la edad adulta, puede que en lo mejor de la vida del individuo, ya que ha dejado atrás la adolescencia, acaba de estrenar la madurez, y la vejez todavía se encuentra prudencialmente lejana.
A pesar de que en este tiempo se han dado pasos para acabar con mañas poco edificantes, y una de ellas ha sido la decisión de prohibir las inauguraciones un tiempo prudencial antes de las elecciones, quedan todavía aspectos por cuyo cambio claman en el desierto los ciudadanos y no escuchan los políticos. Algunos ejemplos son la elección directa del alcalde a través de listas abiertas, o que ocupe el cargo el de la opción más votada tras una segunda vuelta, en caso de no obtener la mayoría absoluta en la primera; la regulación salarial de los cargos electos, de forma que cuando alguien decida presentarse a unos comicios sepa a ciencia cierta cuáles van a ser sus percepciones, si las mismas que tenía y justifica u otras acordes a la capacidad financiera del concello; la composición de los órganos de decisión, de forma que no se excluya a la oposición de las juntas de gobierno, sino que se le asigne una representación acorde con el resultado de las elecciones, o se pondere proporcionalmente su voto; la regulación del transfuguismo, para que no socave la credibilidad de las instituciones ni vulnere la soberanía de los ciudadanos.
En fin, hay aún muchas más cosas que esta madura -pero imperfecta- democracia municipal tiene pendientes de resolver, pero no se ilusionen porque quienes agarran la sartén por el mango son precisamente las personas a las que damos nuestra confianza cada cuatro años, y les debe ir mejor sin tocar las cuestiones que ponen en duda la solidez del sistema. Cuando alguno de los partidos mayoritarios sea valiente e incluya en sus programa los cambios que los votantes anhelamos desde hace tiempo, puede que se lleve las elecciones de calle, pero eso suena a música celestial, a quimera electoral.
Cuando se inaugura una obra o un servicio con unas elecciones a la vuelta de la esquina, el cargo público que lo hace se arriesga a transmitir al ciudadano un mensaje contrario al que pretende, ya que el potencial votante puede entender que le han sido usurpados días, semanas o meses de disfrute de lo que se abre al público -en el mejor de los casos, porque hay quién inaugura y cierra- por obra y gracia de vender la moto. Es cierto que, por lo general, la gente tiende a olvidar los sinsabores cuando estos acaban cobijados bajo el falso paraguas del estreno, y digo falso porque se estrena lo nuevo, no aquello por lo que ha pasado un tiempo precioso para su disfrute.
Pues bien, hoy mismo es el penúltimo día para poder inaugurar a bombo y platillo, por lo que, todo aquello que no haya pasado por el protocolario corte de cinta o descubrimiento de placa, no podrá ser abierto al público previa bendición política, lo que tampoco quiere decir que no pueda ponerse a disposición del ciudadano, y llegados a este punto uno aún cree en el sentido común de quienes nos representan y está convencido de que nada quedará cerrado u olvidado por el simple hecho de no haber podido tenerlo a tiempo para gloria del gobierno de turno.
Eligiendo alcaldes 32 años
Las primeras elecciones municipales se celebraron en 1979. Quiere esto decir que el próximo 22 de mayo, los ciudadanos acudiremos a las urnas por novena vez para designar a nuestros representantes públicos más próximos. Cuando llegue la citada fecha habrán transcurrido 32 años, tiempo que aplicado a una persona sitúa a esta en la edad adulta, puede que en lo mejor de la vida del individuo, ya que ha dejado atrás la adolescencia, acaba de estrenar la madurez, y la vejez todavía se encuentra prudencialmente lejana.
A pesar de que en este tiempo se han dado pasos para acabar con mañas poco edificantes, y una de ellas ha sido la decisión de prohibir las inauguraciones un tiempo prudencial antes de las elecciones, quedan todavía aspectos por cuyo cambio claman en el desierto los ciudadanos y no escuchan los políticos. Algunos ejemplos son la elección directa del alcalde a través de listas abiertas, o que ocupe el cargo el de la opción más votada tras una segunda vuelta, en caso de no obtener la mayoría absoluta en la primera; la regulación salarial de los cargos electos, de forma que cuando alguien decida presentarse a unos comicios sepa a ciencia cierta cuáles van a ser sus percepciones, si las mismas que tenía y justifica u otras acordes a la capacidad financiera del concello; la composición de los órganos de decisión, de forma que no se excluya a la oposición de las juntas de gobierno, sino que se le asigne una representación acorde con el resultado de las elecciones, o se pondere proporcionalmente su voto; la regulación del transfuguismo, para que no socave la credibilidad de las instituciones ni vulnere la soberanía de los ciudadanos.
En fin, hay aún muchas más cosas que esta madura -pero imperfecta- democracia municipal tiene pendientes de resolver, pero no se ilusionen porque quienes agarran la sartén por el mango son precisamente las personas a las que damos nuestra confianza cada cuatro años, y les debe ir mejor sin tocar las cuestiones que ponen en duda la solidez del sistema. Cuando alguno de los partidos mayoritarios sea valiente e incluya en sus programa los cambios que los votantes anhelamos desde hace tiempo, puede que se lleve las elecciones de calle, pero eso suena a música celestial, a quimera electoral.
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