:lvg: | 21/10/2010
Hace unos años en Porto de Son, Xosé Manuel o do Ébora, se encadenó a la puerta de su bar para pedir justicia. Para manifestar su desolación ante la autoridad competente que, atendiendo a una denuncia vecinal, le negaba la licencia de apertura. En aquellos días, Xosé Manuel sintió el ahogamiento transparente y helado de la vida en tierra. Impactado por la crudeza de aquella escena, escribí un artículo en estas mismas páginas en el que meditaba sobre aquel hecho y pedía a quien pudiere realizarlo que, sin más trámite, concedieran la licencia de apertura a aquel hombre que reclamaba su derecho a trabajar dignamente. Pocos días después la licencia le fue concedida y me alegré de haber aportado, con otra mucha gente, la poca fuerza de mi brazo para abrir la puerta de la intolerancia.
Allí, en aquellos días, se dilucidaba la tragedia meditada por tantos y tantos sabios desde hace siglos. Hay muchas, demasiadas sentencias y apreciaciones legales pero no justas. Lo reitero. Legales si, pero injustas. Aquel caso del Ébora era uno de ellos. Y todavía hoy ronda en su atmósfera de pequeña historia de pequeño pub de pequeño pueblo, de modo que cualquier día aún podría la oxidada espada del rencor, descargar su golpe oscuro sobre el sudor y las lágrimas del trabajo diario.
Fui testigo de que aquel sufrimiento fue máximo y creí que, como otros de los nuestros, aquel hombre ya había saldado sus deudas con la vida siniestra de las tinieblas. Horrorizado leí el lunes en este periódico la odisea que los dioses de la mar le tenían reservada a Xosé Manuel y a sus compañeros, Juan y Beni Torres. Los dioses de la mar y de los cielos son implacables con los hombres buenos. Parecen exigirles más y más a cada trago que les permiten dar al agridulce cáliz de la vida.
Un accidente inmerecido, la afilada daga de la reina de las sirenas en un día de ira incontenible, segó como si fuera mies madura, la carne y el alma de dos vidas irrepetibles. Comprendo ahora el porqué Xosé Manuel pudo salvar sus cuerpos del hambre negra de las profundidades. Ciñéndolos al suyo, abrazó la muerte con su vida y esperó ante la boca del monstruo de la noche que algún dios menor se apiadara de él como años antes había sucedido.
Tenía fe porque en otro tiempo había experimentado sus caminos, se había encadenado a la tierra asfixiante que lo ahogaba y había conseguido que los residentes en las alturas escucharan su grito de silencio. Así fue y así venció al frío y a la luminosa espuma de las olas. La fe que había ensayado su sangre años atrás, le llevó a coronar la exigente cumbre que le aguardaba desde entonces. Benditas sean sus tres almas para siempre.
Allí, en aquellos días, se dilucidaba la tragedia meditada por tantos y tantos sabios desde hace siglos. Hay muchas, demasiadas sentencias y apreciaciones legales pero no justas. Lo reitero. Legales si, pero injustas. Aquel caso del Ébora era uno de ellos. Y todavía hoy ronda en su atmósfera de pequeña historia de pequeño pub de pequeño pueblo, de modo que cualquier día aún podría la oxidada espada del rencor, descargar su golpe oscuro sobre el sudor y las lágrimas del trabajo diario.
Fui testigo de que aquel sufrimiento fue máximo y creí que, como otros de los nuestros, aquel hombre ya había saldado sus deudas con la vida siniestra de las tinieblas. Horrorizado leí el lunes en este periódico la odisea que los dioses de la mar le tenían reservada a Xosé Manuel y a sus compañeros, Juan y Beni Torres. Los dioses de la mar y de los cielos son implacables con los hombres buenos. Parecen exigirles más y más a cada trago que les permiten dar al agridulce cáliz de la vida.
Un accidente inmerecido, la afilada daga de la reina de las sirenas en un día de ira incontenible, segó como si fuera mies madura, la carne y el alma de dos vidas irrepetibles. Comprendo ahora el porqué Xosé Manuel pudo salvar sus cuerpos del hambre negra de las profundidades. Ciñéndolos al suyo, abrazó la muerte con su vida y esperó ante la boca del monstruo de la noche que algún dios menor se apiadara de él como años antes había sucedido.
Tenía fe porque en otro tiempo había experimentado sus caminos, se había encadenado a la tierra asfixiante que lo ahogaba y había conseguido que los residentes en las alturas escucharan su grito de silencio. Así fue y así venció al frío y a la luminosa espuma de las olas. La fe que había ensayado su sangre años atrás, le llevó a coronar la exigente cumbre que le aguardaba desde entonces. Benditas sean sus tres almas para siempre.
La política y la justicia a veces es así de dura contra quien intenta ganarse su medio de vida. Sin salir de Porto do Son, todos sabemos y somos conscientes de que muchos establecimientos públicos son barreras arquitectónicas para la gente con movilidad reducida, accesos con varios peldaños, servicios a los que no entra una silla de ruedas, etc, pero justo en su día le tocó bailar con la más fea a este empresario y su mujer.
Hace unos días muchas personas sin conocer a Juan o a Benito, lloraban su prematura muerte, incluso algunos políticos locales, los mismos que no hace mucho atacaban a Juan indirectamente por ser hermano de quien era y comprarle el Ayuntamiento una máquina que presuntamente ningún otro establecimiento de Porto do Son tenía a la venta.
Desconozco como se hizo la compra, como se formalizó y si compararon precios, porque la oposición en su día y ahora desde el gobierno, no fueron capaces de presentar un factura proforma para comparar precios, eso no les costaba nada y podían aclararnos muchas dudas, pero aquí lo que mejor se les da es el acusar, porque algo queda.
Yo solo me pregunto, ¿era mejor comprarla en un establecimiento que paga sus impuestos en otro Ayuntamiento o a quien los pagaba aquí?
3 comentarios:
sisisisisisisi un santo el xose un santooooooooo!!! compra un bar cerrado, lo vuelve a dar de alta y se cree que las reformar que en su dia tenia que hacer,se las puede pasar por los cojones!!! mucha cara es lo ke tiene MUCHA CARA!! Cuando compras mira antes lo que compras,no vallas de listo,para no variar.
P.D:Las leyes son para todos y hay que mirar cuando entran para cumplirlas.
Que fácil es hablar desde el anonimato, y sobre todo sin saber del tema. La gente del Son gusta de hablar, y ya se sabe como son estas cosas, de un grano de arena, un castillo! ¿Acaso sabes algo de primera mano o sencillamente has puesto el oído a pacer y a recoger información?
Pero de que estas hablando, ¿cuántos bares han cerrado en Porto do Son y se volvieron a dar de alta?
¿Cómo se explica que sus antiguos propietarios lo tuvieron abierto varios años antes que el?
El por lo menos luchó con su dinero para que le dieran la licencia, no como otros que lucharon con dinero público.
Como bien dice el bloguero, una de las causas por la que no le permitían su re-apertura era por el tema de la accesibilidad. Sin salirnos de la fachada marítima, ¿cuántos establecimientos públicos tienen acceso para una silla de ruedas y servicios adaptados? Lo que resulta chocante, es que esa fue presuntamente una de las causa esgrimida por los vecinos que lo denunciaron y sin embargo, algunos acuden a esos otros establecimientos y no dicen nada.
Sobre el otro tema, los humos y olores, no se como quedó la cuestión y en este caso, sus razones tendrían.
A todo esto hay que recordar que el Ayuntamiento fue tanto o más culpable que los primeros propietarios, al darles la licencia de apertura y por la que seguro que les cobraron religiosamente sus tasas.
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