Apareció un nuevo ritmo en la comarca, con todo el sabor caribeño o sudamericano. Pero acá nada es como allá. Por estos pagos, de estilete en la manga, el baile se hace menos sentimental. Con pasión pero sin cosquillitas en la oreja. Ojeando las manos y los dientes de la pareja, que por cualquier lado puede venir la sorpresa. Con sonrisa en los labios y hielo en el cerebro para evitar el sopor o el calentón, peligrosos ambos.
En la pista todavía sigue el bailarín que ejecutaba su número en solitario, a lo Tony Manero, con más movimiento que acierto. Arqueando las cejas, con gesto incómodo, reprocha a la pareja por desplazarlo. A él, que tanto le había costado hacerse el rey de la pista, contra pronóstico, que ni sus compañeros se lo creían.
A qué venían ahora aquellos intrusos que al principio del concurso no bailaron por negarse la dama a su partenaire. Por lo menos, gracias a ellos, escuchó los primeros aplausos de los suyos. Una sensación agridulce porque sabía que se trataba más de odio hacia la pareja que de afecto hacia él, pero en ese momento aliviaban su soledad. Envalentonado acelera sus movimientos, por encima del compás de la música. Y clama que aquellos oportunistas no se mueven por amor al arte. Quieren la pista y la sala de fiestas para sus guateques privados.
Mientras, entre bambalinas, en la penumbra de la segunda fila, el representante de la pareja increpa al artista. Que no siga, que cese en sus movimientos. Que no hipoteque el éxito de sus pupilos, pues supone será el suyo. Él también fue un experimentado bailarín, ágil y gallardo para unos, torpe y prepotente para otros; obligado a retirarse por falta de feeling con su pareja.
Ahora permitía a su compañero ocupar su lugar, sin acritud. Y con renovadas energías buscaba brotes verdes en la dirección artística. Sentir en la piel de otros lo ya sentido. Pero el solista lo mira atónito. Que a uno lo echen de la pista, vale; pero tiene derecho a rematar la canción, haciendo los movimientos que estime oportunos mientras no se salga de las normas del concurso. ¡Faltaría más!.
¿Y el público? Los menos aplauden o silban según les va en el concurso. La mayoría, incrédula, se apresta resignada a ver otro baile con distintos protagonistas pero con la misma música. La actuación del solista le parecía de escasa solvencia, a veces hasta chabacana, pero recelaba de la nueva pareja. La veían como una relación tormentosa, una unión forzada más por la conveniencia que por la sintonía de ideas y gustos. Un pacto donde hubo que acomodar un director artístico y un elenco de actores para cubrir los compromisos de la pareja y no para lograr una actuación más brillante. Peajes incómodos a ojos del espectador objetivo, pues demuestran que los artistas bailan para ellos mismos y no para satisfacer las expectativas del público.
De todas formas ya eran expertos en espectáculos exóticos. Desde que se abriera la sala de fiestas habían asistido a todo tipo de actuaciones, desde bailarines que cambiaron de orquesta a músicos que saltaron a la pista ¿Podrían ahora sorprenderlos más? ¿Se convertiría aquello en un circo y en el más difícil todavía? ¡Silencio, se abre el telón!.
La Voz de Galicia 15/11/2009
* Excelente retranca gallega
En la pista todavía sigue el bailarín que ejecutaba su número en solitario, a lo Tony Manero, con más movimiento que acierto. Arqueando las cejas, con gesto incómodo, reprocha a la pareja por desplazarlo. A él, que tanto le había costado hacerse el rey de la pista, contra pronóstico, que ni sus compañeros se lo creían.
A qué venían ahora aquellos intrusos que al principio del concurso no bailaron por negarse la dama a su partenaire. Por lo menos, gracias a ellos, escuchó los primeros aplausos de los suyos. Una sensación agridulce porque sabía que se trataba más de odio hacia la pareja que de afecto hacia él, pero en ese momento aliviaban su soledad. Envalentonado acelera sus movimientos, por encima del compás de la música. Y clama que aquellos oportunistas no se mueven por amor al arte. Quieren la pista y la sala de fiestas para sus guateques privados.
Mientras, entre bambalinas, en la penumbra de la segunda fila, el representante de la pareja increpa al artista. Que no siga, que cese en sus movimientos. Que no hipoteque el éxito de sus pupilos, pues supone será el suyo. Él también fue un experimentado bailarín, ágil y gallardo para unos, torpe y prepotente para otros; obligado a retirarse por falta de feeling con su pareja.
Ahora permitía a su compañero ocupar su lugar, sin acritud. Y con renovadas energías buscaba brotes verdes en la dirección artística. Sentir en la piel de otros lo ya sentido. Pero el solista lo mira atónito. Que a uno lo echen de la pista, vale; pero tiene derecho a rematar la canción, haciendo los movimientos que estime oportunos mientras no se salga de las normas del concurso. ¡Faltaría más!.
¿Y el público? Los menos aplauden o silban según les va en el concurso. La mayoría, incrédula, se apresta resignada a ver otro baile con distintos protagonistas pero con la misma música. La actuación del solista le parecía de escasa solvencia, a veces hasta chabacana, pero recelaba de la nueva pareja. La veían como una relación tormentosa, una unión forzada más por la conveniencia que por la sintonía de ideas y gustos. Un pacto donde hubo que acomodar un director artístico y un elenco de actores para cubrir los compromisos de la pareja y no para lograr una actuación más brillante. Peajes incómodos a ojos del espectador objetivo, pues demuestran que los artistas bailan para ellos mismos y no para satisfacer las expectativas del público.
De todas formas ya eran expertos en espectáculos exóticos. Desde que se abriera la sala de fiestas habían asistido a todo tipo de actuaciones, desde bailarines que cambiaron de orquesta a músicos que saltaron a la pista ¿Podrían ahora sorprenderlos más? ¿Se convertiría aquello en un circo y en el más difícil todavía? ¡Silencio, se abre el telón!.
La Voz de Galicia 15/11/2009
* Excelente retranca gallega
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