:logo-lvg: | Barbanza
El PSOE barbanzano parece haber tocado fondo, al menos eso esperan quienes militan y simpatizan con el partido del puño y la rosa. Las elecciones del pasado 22 de mayo han llevado al principal partido del progresismo comarcal a posiciones inéditas, desconocidas para la formación, y da la impresión de que tanto sus líderes como sus seguidores están desconcertados con los resultados, porque tan pronto hablan de renuncias y dimisiones, como anuncian batalla para recuperar lo perdido, cuando no esgrimen ese extraño método de amagar con marcharse, pero con la intención de quedarse. Hoy se cumplen dos semanas de la confirmación del gran batacazo, y queda menos de una para que los socialistas vean atenuada la estrepitosa derrota con alguna alcaldía o, lo que sería mucho más doloroso, sin ninguna presidencia municipal, situación que no se ha dado en toda la democracia.
Hay que reconocer que estas elecciones municipales han sido las más peculiares desde que en 1979 se celebraron los primeros comicios locales, y han sido peculiares porque, por primera vez, los ciudadanos, a la hora de ejercer su derecho de sufragio, se olvidaron de lo más próximo, de quiénes encabezaban los carteles, y decidieron castigar al partido gobernante estatal golpeando en el colectivo más cercano al ciudadano, como si en la publicidad, en lugar de ver la imagen del vecino, apareciese la de Zapatero.
Dice el refrán que «mal de muchos, consuelo de tontos», pero el único clavo ardiendo que le queda a los socialistas para asirse es ver que lo que les ha sucedido en España, con unos regidores estatales de los llamados progresistas, ha ocurrido también en Italia y en Alemania, con ejecutivos conservadores. Conclusión: los ciudadanos responsabilizan a sus respectivos ejecutivos centrales de lo que está sucediendo, y lo ponen de manifiesto empleando la mejor arma de la democracia: el voto.
Voto de castigo
Está claro que el voto de los últimos comicios ha sido el del castigo, el del descontento con la situación. Y las urnas lo confirmaron al filo de la medianoche del 22-M. Al contrario de lo que se esperaba, se registró una de las más altas participaciones de las ocho citas municipales celebradas hasta ahora en España. Parece que el desánimo fruto de la depresión por una crisis sin parangón, que se temía iba a verse reflejado en una gran abstención, mutó en motivación para acudir a las urnas, por la indignación que la situación está generando en la sociedad, con el fin de castigar la inseguridad de las decisiones para superar la recesión.
Hay todavía más datos que valen para confirmar la tesis del castigo y la intención del ciudadano de poner de manifiesto su descontento a través del arma del sufragio, y esos figuraban en las casillas de los votos blancos y de los nulos. Nunca tanta gente se molestó en ir a los colegios electorales y coger el sobre para no introducir nada en su interior, o embadurnar las papeletas, o simplemente meter una loncha de chorizo, como en estos comicios, lo que refleja que la sociedad pretendía transmitir mensajes.
Ahora que los ciudadanos han hablado en las urnas, corresponde a los políticos sacar conclusiones. Los vencidos, que tengan en cuenta que cuando la necesidad aprieta, las ideologías se difuminan e impera el «amighiños si, pero a vaquiña polo que vale». Los vencedores, que tienen un importante granero de sufragios que no son suyos, y como no los administren adecuadamente, pueden perderlos en los próximos cuatro años, un mandato, por cierto, complicadísimo para los gobiernos municipales, tan peculiar como las pasadas elecciones, porque ante la probable escasez de fondos públicos tendrán que aplicar ingenio para no defraudar a quienes han depositado su confianza en ellos.
Volviendo al PSOE, que es, sin duda, el principal damnificado de las últimas elecciones municipales, simplemente recordarle una frase de José Saramago: «La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva. En cambio la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva».
Hay que reconocer que estas elecciones municipales han sido las más peculiares desde que en 1979 se celebraron los primeros comicios locales, y han sido peculiares porque, por primera vez, los ciudadanos, a la hora de ejercer su derecho de sufragio, se olvidaron de lo más próximo, de quiénes encabezaban los carteles, y decidieron castigar al partido gobernante estatal golpeando en el colectivo más cercano al ciudadano, como si en la publicidad, en lugar de ver la imagen del vecino, apareciese la de Zapatero.
Dice el refrán que «mal de muchos, consuelo de tontos», pero el único clavo ardiendo que le queda a los socialistas para asirse es ver que lo que les ha sucedido en España, con unos regidores estatales de los llamados progresistas, ha ocurrido también en Italia y en Alemania, con ejecutivos conservadores. Conclusión: los ciudadanos responsabilizan a sus respectivos ejecutivos centrales de lo que está sucediendo, y lo ponen de manifiesto empleando la mejor arma de la democracia: el voto.
Voto de castigo
Está claro que el voto de los últimos comicios ha sido el del castigo, el del descontento con la situación. Y las urnas lo confirmaron al filo de la medianoche del 22-M. Al contrario de lo que se esperaba, se registró una de las más altas participaciones de las ocho citas municipales celebradas hasta ahora en España. Parece que el desánimo fruto de la depresión por una crisis sin parangón, que se temía iba a verse reflejado en una gran abstención, mutó en motivación para acudir a las urnas, por la indignación que la situación está generando en la sociedad, con el fin de castigar la inseguridad de las decisiones para superar la recesión.
Hay todavía más datos que valen para confirmar la tesis del castigo y la intención del ciudadano de poner de manifiesto su descontento a través del arma del sufragio, y esos figuraban en las casillas de los votos blancos y de los nulos. Nunca tanta gente se molestó en ir a los colegios electorales y coger el sobre para no introducir nada en su interior, o embadurnar las papeletas, o simplemente meter una loncha de chorizo, como en estos comicios, lo que refleja que la sociedad pretendía transmitir mensajes.
Ahora que los ciudadanos han hablado en las urnas, corresponde a los políticos sacar conclusiones. Los vencidos, que tengan en cuenta que cuando la necesidad aprieta, las ideologías se difuminan e impera el «amighiños si, pero a vaquiña polo que vale». Los vencedores, que tienen un importante granero de sufragios que no son suyos, y como no los administren adecuadamente, pueden perderlos en los próximos cuatro años, un mandato, por cierto, complicadísimo para los gobiernos municipales, tan peculiar como las pasadas elecciones, porque ante la probable escasez de fondos públicos tendrán que aplicar ingenio para no defraudar a quienes han depositado su confianza en ellos.
Volviendo al PSOE, que es, sin duda, el principal damnificado de las últimas elecciones municipales, simplemente recordarle una frase de José Saramago: «La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva. En cambio la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva».
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