12 junio 2011

El discurso baldío

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En el turismo, como en casi todo, una cosa es predicar y otra bien distinta dar trigo. El tema se presta, y mucho, para la demagogia y las promesas facilonas; de hecho, es raro el político que no lo manosea con frenesí en época electoral. No hay que ser viajado ni estudiado para chapotear en un sector donde casi todo tiene cabida, sobre todo en un país llamado España; ese donde en nombre del turismo nos cargamos la costa, hicimos mil y un adefesios y a veces degradamos nuestro patrimonio cultural hasta el ridículo más espantoso. Por eso, aprovechando que estamos de estreno, por enésima vez quiero mandar esta opinión a nuestros próceres municipales.

Primero es conveniente aclarar que si se ha gastado tanto dinero en representaciones, ferias y saraos a lo mejor vienen a visitarnos un puñado de guiris y, teniendo en cuenta cómo anda la peña de tiquismiquis, igual se piensan que esto es el destino turístico de ensueño que le vendieron entre albariño y albariño en Fitur ¡Que el personal está muy exigente! Y ya puestos piden que haya servicios adecuados a la expectativa que les crearon: playas limpias, con duchas (si tienen agua, mejor), puesto de socorro, aseos, papeleras que se vacían o establecimientos de hostelería del siglo XXI. «Uns nifrosos», que dicen por acá. Ya no quiero entrar en asuntos de enjundia como la justa cruzada de mi delegado con la arena de la playa de Barraña -¡onde hai patrón non manda mariñeiro!- ni en el total abandono de la sierra del Barbanza.

Posibilidades reales

Visto y oído que no estamos en época de grandes inversiones ni dispendios, o bien quizás por ello, es posible que alguien se dé cuenta de que los discursos grandilocuentes, muy al uso de Benidorm, han ocultado nuestras posibilidades reales en este terreno. Más ligadas a la tradición, la etnografía y a un medio ambiente cuidado y respetado en su estado natural. No hacen falta hoteles de cinco estrellas en Ribeira, restaurantes de élite en la Curota o un parque de atracciones en Boiro. Solo hace falta cuidar lo que tenemos; recuperar su estado original, limpiarlo y dotarlo de los servicios necesarios en la actualidad. Y, paralelamente, incentivar y apoyar la iniciativa privada que encaje en esa filosofía.

Recomendarles un libro que en este momento, treinta años después de su publicación, debería leer quién no lo haya hecho o releerlo el que lo hiciese. Se trata de Lo pequeño es hermoso, de E. F. Shumacher, que recobra actualidad en estos duros momentos y nos presenta una forma de hacer alternativa a la que nos ha metido en este hoyo. Cada día hay más personas que piensan que la sostenibilidad no puede aportarla un sistema basado en el crecimiento sin control, las grandes corporaciones y la libre especulación. Creen que debemos volver a una economía a la altura de las personas. Lo que aplicado al campo que nos ocupa significa poner en valor nuestra identidad, nuestra pequeñez y nuestra originalidad.

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