:lvg: | 13/1/2011
Le habrá sucedido alguna vez. Sentarse a leer el periódico y, al cabo de diez minutos, constatar que no había leído nada. Claro que también le habrá pasado encontrarse sentado frente al malecón y media hora después sentir como despierta todo su espíritu mientras una descarga eléctrica recorre de abajo a arriba su columna vertebral. Ha estado usted al tro lado, eso que, para entendernos, llamamos la mente en blanco.
La mente en blanco generalmente conlleva una situación física y espiritual de paz incontrolable, ruidosa y a raudales pero, a la vez curiosamente inapreciable, inaudible que pasa por delante de nuestra ventana sin dejar apenas huella. No conozco a nadie que pueda contar, yo el primero, qué cosa ha estado sucediendo durante ese ilapso. Tal vez cuando nos sobreviene en la intimidad seamos capaces de levitar.
No se lo tomen a broma pero, hace bastantes años, bajo el arco desdentado y prehistórico de la cueva de Fonforrón en Xío-Porto do Son, creo que me levanté un par de metros sobre el suelo de arena finísima, que con mil irisaciones alfombra su entrada, y estuve suspendido en el aire un tiempo indeterminado sintiendo como el bramido dulcísimo del mar me penetraba de parte a parte anegando de espuma y sal mi cuerpo todo.
Tal vez este secreto hoy revelado sea un avatar común y a todos, en alguna hora, habiéndoles ocurrido algo similar, se reconozcan ahora en la lectura de esta columna y comiencen a no callar esa locura que anidaba oculta en sus corazones.
Anímense y cuéntenlo, no se avergüencen porque si les ha sucedido no se preocupen ya que no los subirán a los altares ni les perfumarán con incienso ni arderá la cera de las velas en su honor.
No por levitar un día después de amar o de llorar intensamente será usted un santo de peana. Solamente tendrá constancia de la potencia que guarda el alma que le viste por dentro con un ajustado traje de lágrimas y de cantares. Úsela, utilice su alma hasta el delirio y déjese llevar alguna vez por la locura de sentirse ausente y flote entre las nubes y camine sobre las nieblas dejando que el vapor de agua refresque sus adentros para enfrentarse a la dura batalla que le espera aquí abajo.
Así, con la mente en blanco, estaba yo antes de comenzar este artículo y ya ve usted, burla, burlando ya va casi vencido como el soneto que Lope de Vega escribió para Violante. Quién sabe? Tal vez cualquier día, esta misma página, se quede suspendida en el reino del viento y me la vuelva a encontrar dentro de mil años arrodillado ante la Cueva de Fonforrón.
La mente en blanco generalmente conlleva una situación física y espiritual de paz incontrolable, ruidosa y a raudales pero, a la vez curiosamente inapreciable, inaudible que pasa por delante de nuestra ventana sin dejar apenas huella. No conozco a nadie que pueda contar, yo el primero, qué cosa ha estado sucediendo durante ese ilapso. Tal vez cuando nos sobreviene en la intimidad seamos capaces de levitar.
No se lo tomen a broma pero, hace bastantes años, bajo el arco desdentado y prehistórico de la cueva de Fonforrón en Xío-Porto do Son, creo que me levanté un par de metros sobre el suelo de arena finísima, que con mil irisaciones alfombra su entrada, y estuve suspendido en el aire un tiempo indeterminado sintiendo como el bramido dulcísimo del mar me penetraba de parte a parte anegando de espuma y sal mi cuerpo todo.
Tal vez este secreto hoy revelado sea un avatar común y a todos, en alguna hora, habiéndoles ocurrido algo similar, se reconozcan ahora en la lectura de esta columna y comiencen a no callar esa locura que anidaba oculta en sus corazones.
Anímense y cuéntenlo, no se avergüencen porque si les ha sucedido no se preocupen ya que no los subirán a los altares ni les perfumarán con incienso ni arderá la cera de las velas en su honor.
No por levitar un día después de amar o de llorar intensamente será usted un santo de peana. Solamente tendrá constancia de la potencia que guarda el alma que le viste por dentro con un ajustado traje de lágrimas y de cantares. Úsela, utilice su alma hasta el delirio y déjese llevar alguna vez por la locura de sentirse ausente y flote entre las nubes y camine sobre las nieblas dejando que el vapor de agua refresque sus adentros para enfrentarse a la dura batalla que le espera aquí abajo.
Así, con la mente en blanco, estaba yo antes de comenzar este artículo y ya ve usted, burla, burlando ya va casi vencido como el soneto que Lope de Vega escribió para Violante. Quién sabe? Tal vez cualquier día, esta misma página, se quede suspendida en el reino del viento y me la vuelva a encontrar dentro de mil años arrodillado ante la Cueva de Fonforrón.
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