:lvg: | 5/12/2009
Este armador de 95 años baja todos los días al puerto para interesarse por todo lo que afecta a su embarcación.
Es un caso atípico. Con 95 años de edad, Mario José Carreño Queiruga, un armador que toda su vida estuvo ligado al mar, todavía tiene fuerzas para dirigir su empresa. Eso sí, en colaboración con varios de sus hijos, que son los que realmente se encargan de tener el barco en condiciones y salir todos los días a faenar. Su única limitación es la salud, que no le permite inmiscuirse como él quisiera en la toma de decisiones.
Este empresario es toda una institución en Portosín. Fue de los primeros en construir barcos del cerco de unas dimensiones considerables. Su conocimiento del sector y de la ría le permiten saber todo lo relacionado con el difícil mundo de la mar. A pesar de su edad, todavía tiene fuerzas suficientes para bajar cada día al muelle e inspeccionar personalmente la embarcación y las redes.
Vive por y para el mar y, cuando no puede bajar al puerto, desde la privilegiada atalaya de su casa, observa todos los movimientos y también percibe «de onde soa o vento».
Mario es una persona mimada por los suyos. Su esposa, sus hijos y sus nietos están constantemente pendientes de él. Habla con dificultad pero a su lado tiene a los suyos para ayudarle a explicarse. La familia es lo más importante para Carreño. Su principal apoyo es su mujer y su numerosa prole, siete hombres. Seis de ellos siguieron sus pasos, y su hija también está ligada al mar como redera.
Fue un marinero precoz. Con 10 años ya tuvo que subir a un barco «para poder comer». Reconoce que nunca le hizo falta irse lejos a navegar: «Sempre estiven traballando na ría. Ao berberecho, á rapeta, a case todo». A los 15 años ya tripulaba barcos del cerco, eso sí, «moito máis pequenos e sen ningún tipo de axuda de navegación. Só estabamos nós, o mar e as estrelas».
Ahora, dice, las embarcaciones salen casi todos los días a faenar, porque tienen modernos equipos que les ayudan a «navegar e ata a buscar o peixe».
Las experiencias a lo largo de su vida profesional son innumerables. Reconoce que tuvo mucha suerte, pues nunca sufrió ningún percance en el mar, y recuerda que incluso «descansabamos tanto coma agora porque cando había mal tempo non se saía».
Primeras dificultades
El primer barco que tuvo como armador fue el Monserrat , hace ya «moitos anos. Non me acordo cantos, quizais máis de 50». Les costó un gran esfuerzo comprarlo: «O casco valeunos 30.000 pesetas e o motor 60.000. Era un Ayón, feito en Noia». Salir al mar los primeros días fue una odisea: «Non tiñamos corrente no barco. Ou poñiamos o motor, ou a luz. No pobo xa lle chamaban á nosa embarcación a Fenosa, porque non tiña luz».
Pasaron muchos apuros para sacar su empresa adelante, pero «o que quería podía gañar cartos, o peixe custaba o mesmo nos anos 60 que o que se paga hoxe, e tiña máis saída».
Pero su vida no fue ningún camino de rosas. Su pícara e inocente mirada se transforma en un rostro serio cuando recuerda épocas duras y dolorosas. En los sesenta, cuando aún era marinero, hubo una redada para acabar con la dinamita en el mar. Los numerosos accidentes con la amputación de dedos y manos provocó la intervención de las autoridades: «De Portosín fomos moitos ao cárcere nos anos 60 polo tema da dinamita. Pasei ano e medio encerrado en Ferrol». Otro episodio que recuerda con tristeza es cuando, en plena guerra civil, fue a prisión porque un hermano desertó. «Estiven un ano en Zaragoza. Peor foi miña irmá, que estaba embarazada e tamén tivo que ir».
Pero de eso hace ya muchos años. Ahora, cada mañana, Mario coge su triciclo eléctrico y se acerca a su barco Monserrat Morenita para la inspección de rigor.
Es un caso atípico. Con 95 años de edad, Mario José Carreño Queiruga, un armador que toda su vida estuvo ligado al mar, todavía tiene fuerzas para dirigir su empresa. Eso sí, en colaboración con varios de sus hijos, que son los que realmente se encargan de tener el barco en condiciones y salir todos los días a faenar. Su única limitación es la salud, que no le permite inmiscuirse como él quisiera en la toma de decisiones.
Este empresario es toda una institución en Portosín. Fue de los primeros en construir barcos del cerco de unas dimensiones considerables. Su conocimiento del sector y de la ría le permiten saber todo lo relacionado con el difícil mundo de la mar. A pesar de su edad, todavía tiene fuerzas suficientes para bajar cada día al muelle e inspeccionar personalmente la embarcación y las redes.
Vive por y para el mar y, cuando no puede bajar al puerto, desde la privilegiada atalaya de su casa, observa todos los movimientos y también percibe «de onde soa o vento».
Mario es una persona mimada por los suyos. Su esposa, sus hijos y sus nietos están constantemente pendientes de él. Habla con dificultad pero a su lado tiene a los suyos para ayudarle a explicarse. La familia es lo más importante para Carreño. Su principal apoyo es su mujer y su numerosa prole, siete hombres. Seis de ellos siguieron sus pasos, y su hija también está ligada al mar como redera.
Fue un marinero precoz. Con 10 años ya tuvo que subir a un barco «para poder comer». Reconoce que nunca le hizo falta irse lejos a navegar: «Sempre estiven traballando na ría. Ao berberecho, á rapeta, a case todo». A los 15 años ya tripulaba barcos del cerco, eso sí, «moito máis pequenos e sen ningún tipo de axuda de navegación. Só estabamos nós, o mar e as estrelas».
Ahora, dice, las embarcaciones salen casi todos los días a faenar, porque tienen modernos equipos que les ayudan a «navegar e ata a buscar o peixe».
Las experiencias a lo largo de su vida profesional son innumerables. Reconoce que tuvo mucha suerte, pues nunca sufrió ningún percance en el mar, y recuerda que incluso «descansabamos tanto coma agora porque cando había mal tempo non se saía».
Primeras dificultades
El primer barco que tuvo como armador fue el Monserrat , hace ya «moitos anos. Non me acordo cantos, quizais máis de 50». Les costó un gran esfuerzo comprarlo: «O casco valeunos 30.000 pesetas e o motor 60.000. Era un Ayón, feito en Noia». Salir al mar los primeros días fue una odisea: «Non tiñamos corrente no barco. Ou poñiamos o motor, ou a luz. No pobo xa lle chamaban á nosa embarcación a Fenosa, porque non tiña luz».
Pasaron muchos apuros para sacar su empresa adelante, pero «o que quería podía gañar cartos, o peixe custaba o mesmo nos anos 60 que o que se paga hoxe, e tiña máis saída».
Pero su vida no fue ningún camino de rosas. Su pícara e inocente mirada se transforma en un rostro serio cuando recuerda épocas duras y dolorosas. En los sesenta, cuando aún era marinero, hubo una redada para acabar con la dinamita en el mar. Los numerosos accidentes con la amputación de dedos y manos provocó la intervención de las autoridades: «De Portosín fomos moitos ao cárcere nos anos 60 polo tema da dinamita. Pasei ano e medio encerrado en Ferrol». Otro episodio que recuerda con tristeza es cuando, en plena guerra civil, fue a prisión porque un hermano desertó. «Estiven un ano en Zaragoza. Peor foi miña irmá, que estaba embarazada e tamén tivo que ir».
Pero de eso hace ya muchos años. Ahora, cada mañana, Mario coge su triciclo eléctrico y se acerca a su barco Monserrat Morenita para la inspección de rigor.
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