20 septiembre 2009

Un pueblo unido ante la adversidad

:lvg: | 20/09/2009
Porto do Son se volcó en 1986 con las familias de los cinco pescadores que murieron al naufragar su barco en la zona de Corrubedo. Nadie ha olvidado aún aquel desastre.

Pocas tragedias han conseguido dejar una huella tan profunda como la que todavía hoy sigue latente en Porto do Son. A muchos vecinos todavía se les ponen los pelos de punta cuando hablan del Volverán , un barco que naufragó una fría y desapacible jornada de 1986 cerca de la costa de Corrubedo. Pese a que han pasado muchos años desde entonces, este accidente sigue ocupando un lugar privilegiado en el ránking de los desastres marítimos ocurridos en Barbanza. La fatalidad quiso que los cinco tripulantes del buque pertenecieran a la misma familia, que todos ellos residieran en la pequeña localidad de Queiruga y, lo peor, que una docena de pequeños quedaran huérfanos de padre.

El calendario marcaba el 24 de marzo de 1986 cuando, como cada día, el Volverán zarpó rumbo al lugar de Os Rosíns, al sur del faro de Corrubedo. En el buque viajaban el patrón, Francisco Romero Pouso, de 60 años; sus hijos Antonio y Manuel, de 29 y 25 años; y sus sobrinos José Manuel, de 19, y Manuel, de 32. A todos ellos, un golpe de mar les jugó una mala pasada e, ironías de la vida, el Volverán nunca regresó a puerto.

En la cofradía de Porto do Son todavía guardan un amplio informe de todo lo que ocurrió después de aquel fatídico día. Pero a nadie le hace falta recurrir a esta documentación para rememorar la cara amable, que aunque parezca mentira, tuvo esta tragedia. No solo porque fueron muchos los marineros que, obviando el mal tiempo, se echaron al mar para colaborar en las tareas de búsqueda, sino porque el pueblo entero se volcó durante los meses siguientes para tratar de colaborar económicamente con las familias de las víctimas.

Campaña solidaria

Eran tiempos difíciles y el pueblo sonense pronto fue consciente de los problemas a los que tenían que enfrentarse las viudas para sacar a sus hijos adelante, sobre todo, en el caso de la mujer de Manuel Torres, que tenía seis niños de corta edad. Fue el drama de esta familia el que llevó al pósito local a poner en marcha una campaña de recaudación de fondos. La iniciativa, que en un principio estaba previsto que tuviera repercusión en el municipio sonense y su entorno, alcanzó un ámbito de influencia inimaginable.

A uno de los trabajadores de la cofradía que vivió muy de cerca todo aquel episodio, el secretario, aún hoy le vienen a la memoria imágenes que lo siguen emocionando: «La marca Hero envió un camión cargado con potitos y todo tipo de alimentos infantiles, y La Toja también desplazó un contenedor con jabones que creo que podrían abastecer a una familia durante toda la vida».

Pero hay un nombre propio que muchos sonenses no podrán olvidar jamás, el de Jesús Ferreiro. Él era el presentador del programa radiofónico Onda pesquera y el secretario del pósito sonense le hizo llegar toda la documentación sobre la tragedia del Volverán . Consternado con lo ocurrido, el periodista lanzó a través de la ondas una petición de solidaridad a la que respondieron personas de toda España. Esta y otras campañas de recaudación de fondos permitieron restaurar por completo la vivienda en la que la viuda de Manuel Torres vivía con sus cinco hijos e incluso sobró dinero para repartirlo entre las familias de los otros marineros fallecidos en el naufragio.

El Volverán se hundió para siempre bajo las aguas de la costa barbanzana, pero hizo surgir un movimiento solidario que difícilmente volverá a repetirse. «Se me viene a la cabeza el caso del vicepatrón de la cofradía de Sada que, ya jubilado, no dudó en enviar la mensualidad de su pensión íntegra para ayudar a estas familias de Porto do Son», pone como ejemplo el secretario del pósito local.

Junto a estas aportaciones con nombres y apellidos, la historia del Volverán se compone de decenas de personas anónimas que quisieron aportar su granito de arena para que, en la medida de lo posible, la calma regresara a Queiruga. Con el paso de los años, la herida fue cicatrizando y parte de aquellos pequeños huérfanos, convertidos en hombres, optaron por probar suerte en las islas afortunadas. En Lanzarote residen actualmente la mitad de aquellos doce pequeños que, sin saberlo, protagonizaron una tierna historia hace 23 años.

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